“Hay una sonrisa que encuentro pocas veces en la vida, pero que cuando la encuentro ya sé que significa, y cierro los labios como si me previniese para no hablar, para no decir lo que veo.
- ¡Doctor, pero si no es nada! –dice el enfermo sonriendo.
No toco el pulso, no observo más. Ese enfermo no es mi enfermo. Yo admito los enfermos que voy a curar, nada más.
- Sí… Nada… Más adelante llamen a su médico de siempre… Esta no es enfermedad para mí… Yo tengo que ver la enfermedad que me corresponde en el rostro del enfermo, y aquí no la veo.
Ante estos enfermos con esa sonrisa, pocas palabras y la vista corta.
A mi mismo, que estoy viendo siempre la desgracia y la desesperación humanas, porque no me llaman para las bodas, me asusta esa sonrisa.
¿Cómo podría yo decir qué es esa sonrisa?
Sonríe en blanco el que sonríe así, en un blanco de absoluta palidez, y los ojos, sean negros, azules o color tabaco, entran en esa sonrisa como ojos blancos, ojos como con dos grandes cataratas y dos nubes, como si tuviese enturbiada la vista por el agua con aguardiente: ojos de estatua.
Los pliegues de esa sonrisa no son pliegues de viejo, sino de joven al que los estudiantes de medicina hacen sonreír con las pinzas en la sala de disección.
Esa sonrisa clarísima de que el mes que viene es el viaje, la va repartiendo el enfermo con los que pasan, con los muebles, con todo. Es su sonrisa de despedida, la sonrisa con que quiere quedar bien.
No se puede confundir esa sonrisa con la de la convalecencia, con la del tísico, con la del enfermo bondadoso, no; esa sonrisa se podría decir que es la de la luna en las ruinas o en los cementerios.
Yo muchas veces, para saber hasta qué punto está infeccionado por la muerte mi cliente, le digo, como los fotógrafos: ‘Sonríase usted’, y la sonrisa que le sale me aclara mucho su enfermedad. A unos les sale sonrisa de alcayata, a otros de herradura, a otros de dolorido con el dolor más agudo en el lado derecho, pero a nadie le sale esta sonrisa del desahuciable. Esta sonrisa ya está en el rostro cuando se llega.
¡Qué pena tener que despedirse para siempre del hombre que sonríe con una finura tan exquisita! Pero no hay más remedio, porque si no esta sonrisa obraría sobre nosotros como el viento sutil que da la pulmonía y en seguida adquiriríamos la misma sonrisa, y adiós a nuestros proyectos.”
No toco el pulso, no observo más. Ese enfermo no es mi enfermo. Yo admito los enfermos que voy a curar, nada más.
- Sí… Nada… Más adelante llamen a su médico de siempre… Esta no es enfermedad para mí… Yo tengo que ver la enfermedad que me corresponde en el rostro del enfermo, y aquí no la veo.
Ante estos enfermos con esa sonrisa, pocas palabras y la vista corta.
A mi mismo, que estoy viendo siempre la desgracia y la desesperación humanas, porque no me llaman para las bodas, me asusta esa sonrisa.
¿Cómo podría yo decir qué es esa sonrisa?
Sonríe en blanco el que sonríe así, en un blanco de absoluta palidez, y los ojos, sean negros, azules o color tabaco, entran en esa sonrisa como ojos blancos, ojos como con dos grandes cataratas y dos nubes, como si tuviese enturbiada la vista por el agua con aguardiente: ojos de estatua.
Los pliegues de esa sonrisa no son pliegues de viejo, sino de joven al que los estudiantes de medicina hacen sonreír con las pinzas en la sala de disección.
Esa sonrisa clarísima de que el mes que viene es el viaje, la va repartiendo el enfermo con los que pasan, con los muebles, con todo. Es su sonrisa de despedida, la sonrisa con que quiere quedar bien.
No se puede confundir esa sonrisa con la de la convalecencia, con la del tísico, con la del enfermo bondadoso, no; esa sonrisa se podría decir que es la de la luna en las ruinas o en los cementerios.
Yo muchas veces, para saber hasta qué punto está infeccionado por la muerte mi cliente, le digo, como los fotógrafos: ‘Sonríase usted’, y la sonrisa que le sale me aclara mucho su enfermedad. A unos les sale sonrisa de alcayata, a otros de herradura, a otros de dolorido con el dolor más agudo en el lado derecho, pero a nadie le sale esta sonrisa del desahuciable. Esta sonrisa ya está en el rostro cuando se llega.
¡Qué pena tener que despedirse para siempre del hombre que sonríe con una finura tan exquisita! Pero no hay más remedio, porque si no esta sonrisa obraría sobre nosotros como el viento sutil que da la pulmonía y en seguida adquiriríamos la misma sonrisa, y adiós a nuestros proyectos.”
El doctor inverosímil
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