Mariana Yampolsky no sólo tomó las fotografías, se volvió como ellas.
Tenía las manos fuertes y curtidas del tejedor de palma, los ojos interrogantes de la niña descalza, el asombro del guajolote narciso que se detiene frente al espejo y se ve por primera vez.
¿Se gustaba Mariana a sí misma? Creo que nunca tuvo el tiempo de pensarlo. Los espejos no se hicieron para ella. Las horas del día se le iban en observar a los demás.
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