El adjetivo crepuscular está desgastado por culpa de los críticos de cine. Se ha ido derrochando sobre todo para describir personajes que están de vuelta y ha terminado por adherirse como una prótesis a un género, el western, en el que con frecuencia los hechos del presente invocan un ayer esotérico.
Pocas historias hay, sin embargo, a las que este adjetivo pueda aplicársele con mayor propiedad que la que se cuenta en Gran Torino. Lo más reciente del viejo y prolífico Clint Eastwood es una película crepuscular, con todas sus consecuencias. Su protagonista está de vuelta, aunque irá descubriendo a lo largo del metraje que Antonio Machado tenía bastante razón cuando escribió aquello de que “los que están siempre de vuelta de todo son los que no han ido nunca a ninguna parte”. La vida, aunque esté declinando, siempre sorprende y enseña.
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