Sin chuletas en la manga


En la existencia humana contemporánea se llega a asumir como algo casi continuo y natural la sensación de estar viviendo lo ya vivido.
Aunque visitemos por primera vez una ciudad, sus monumentos ya nos resultan familiares, tenemos referencias sobre el menú de sus restaurantes y la vista que encontramos al descorrer las cortinas de nuestro cuarto de hotel ya no nos sorprende, porque incluso es posible que la hayamos elegido al hacer la reserva.
Es difícil ver una película que no repita esquemas prefijados, aunque los tuerza y los disfrace con talento. Desde la famosa pérdida del aura y la puesta en valor de la abstracción y lo conceptual, el arte ha asimilado orgulloso su aspiración a ser, sobre todo, un juego de espejos y de ecos.
A escala histórica, la sensación también es corriente: las batallas, las hambrunas o las legislaturas, que antes se vivían como acontecimientos decisivos, sustantivos, únicos, desfilan hoy por los monitores con una despegada monotonía.
Hoy mismo, asistimos a un suceso a priori extraordinario, un rescate anunciado pero inverosímil que arraiga su asombro en el mito: hombres rescatados de la barriga de la Tierra. Pero de nuevo el mismo relato mediático que exprime hasta agotarlos cada uno de sus pliegues simbólicos deja al tiempo un regusto a "lo ya visto". No sólo en una muy recomendable, lúcida y ácida película de Billy Wilder, sino en otros relatos acríticos y más recientes que fabrican la realidad como espectáculo extremo. A la salida de algún reality show de convivencia, hemos visto ya ese pasillo vallado que acota para las cámaras el emotivo reencuentro entre los mineros de San José y sus familiares.
Por otro lado, todo esto está ya dicho. Al releerlo, tengo la misma sensación de dèja vu.
Y sin embargo, me gusta pensar que esa sensación deriva única y exclusivamente de los medios y sus mediaciones. Todo lo (poco o mucho, grande o pequeño) que ocurre fuera de ellos es absolutamente imprevisible y nuevo. La vida es más compleja y más sencilla de lo que parece. Y nos lanza al escenario como a Charlot, al último Charlot, en Tiempos modernos. Sin chuletas en la manga.

2 comentarios:

Francisco Espada dijo...

Me sumo. Me sumo y asumo cuanto dices, al tiempo que repudio tanta retransmisión en directo de los dramatismos de la vida.
Por momentos, tengo una indigestión de exceso de información, tantas veces repetitiva.

juan antonio bermúdez dijo...

Este texto está escrito más desde la perplejidad que desde la indignación.
La perplejidad de comprobar algo que evidentemente se sospechaba (que al lado de la salida de la mina, en la inmediatez de ese parto simbólico, iba a haber un fastuoso plató de televisión), pero que no por eso deja de ser pasmoso.
Afortunadamente, en los márgenes de todo esto, sigue ocurriendo, transcurriendo, la vida.