Todos hemos sido educados para ver el Espíritu del Mundo en los grandes batallones, y tenemos que aprender de Herder a captarlo también en donde está -o parece estar- todavía adormilado o en su más tierna infancia; es posible que no consigamos realmente salvar- nos hasta que no aprendamos a sentir, con una concreción casi física, que cualquier nación está destinada a que llegue su hora y que no existen, en sentido absoluto, civilizaciones mayores o menores, sino una sucesión de estaciones y de floraciones.
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