Callos a la manera de Oporto




Un día, en un restaurante fuera del espacio y del tiempo,
me sirvieron el amor como unos callos fríos.
Le dije con delicadeza al misionero de la cocina
que los prefería calientes,
que los callos (y eran a la manera de Oporto) nunca se comen fríos.

Se impacientaron conmigo.
Nunca se puede tener razón, ni en un restaurante.
No los comí, no pedí otra cosa, pagué la cuenta,
y me fui a dar una vuelta por la calle.

¿Quién sabe lo que quiere decir esto?
Yo no lo sé, y fue a mí a quien le sucedió...

(Sé muy bien que en la infancia de todos hubo un jardín
particular o público, o del vecino.
Sé muy bien que nuestro jugar era su dueño.
Y que la tristeza es de hoy.)

Lo sé de sobra,
pero, si pedí amor, ¿por qué me trajeron
callos a la manera de Oporto fríos?
No es un plato que se pueda comer frío,
pero me lo trajeron frío.
No protesté, pero estaba frío.
Nunca se puede comer frío, pero llegó frío.

de Poesías de Alvaro de Campos, Fernando Pessoa, 1944

Imagen: Fachada de la cafetería A Brazileira, Lisboa, 1935
Fotografía que he tomado prestada de aquí

2 comentarios:

fanshawe dijo...

A base de tripas estoy en estos días que me está tocando vivir en Oporto. Salud, compañero.

juan antonio bermúdez dijo...

Resulta que esto de la gastronomía de las entrañas es más universal de lo que uno se piensa. Una amiga vietnamita que está estudiando en Sevilla pide callos en los bares siempre que los encuentra en la carta, porque al parecer le recuerdan a la mejor delicatessen que cocina su madre.
Y lo de la tristeza de amor frío a la manera de Pessoa me temo que también está más extendido de lo que sería deseable.
Compañero, por otro lado, a usted no hay quien le siga la pista. ¿Cuál será la próxima parada? Salud.