En mi pueblo, en este día, los chicos íbamos (¿van?) al campo a comer los “tosantos”: castañas, nueces, almendras, higos, dátiles… Las delicatessen de este menú eran los “casamientos”: higos pasados pero tiernos, abiertos, rellenos de nueces o de almendras. Al anochecer, de regreso, el cansancio limpio del primer frío, algunas veces el pelo mojado, algunas veces algo parecido al amor o a la alegría. Algunas veces, la inmortalidad.
3 comentarios:
Querido amigo, nada echo más de menos que el "cansancio limpio". El de derrumbarse en la cama agotado de felicidad. Un abrazo.
yo siempre identifiqué los santos con el sabor de las castañas, los higos secos, las flores, el blanco de las tumbas. Hoy no pude ir al cementerio y no se si alguna vez volveré a intentarlo. Cuando eres chico todo se saborea de otra manera. Ahora que se es grande parece que todo queda lejos. A lo mejor esa inmortalidad hace que todo quede lejos. Me gustaría volver a sentir cosas como cuando era chico y todo era lo que era. Sin más experiencia que la que me daba el día y sin más miedos que la habitación de los fantasmas.
Un abrazo
Tenía que ser verdaderamente placentero, qué pena que cada vez quede menos frío y ganas de hacer esas cosas... quizá antiguas quizá modernas!
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